lunes, 19 de marzo de 2012

Fernando Hinestrosa, un rector que no le gustaba el poder


Fernando Hinestrosa
Fernando Hinestrosa 
Foto: Archivo Portafolio.co 
Es difícil imaginar alguien que tuviera más capacidad de influencia en el poder judicial, en los órganos de control, en el legislativo y, en algunos momentos, en el ejecutivo en las últimas décadas y que la hubiera ejercido menos que Fernando Hinestrosa.
No la usaba por razones éticas, por respeto con quienes lo ejercían.
Una llamada suya hubiera sido suficiente para conseguir elegir un magistrado, hacer nombrar un ministro, incluir un artículo en una ley o promover tal o cual decisión.
Producía una especie de temor reverencial.
Todos los gobiernos, desde 1970, lo tuvieron de candidato para todo: ministro, embajador, procurador, consejero, y, salvo un breve lapso como embajador de Colombia ante la Santa Sede, prefirió ejercer la autoridad y no el poder.
En las primeras semanas de las clases de historia del derecho en el primer semestre de la facultad quedaba uno deslumbrado con la explicación de la diferencia para los romanos entre auctoritas y potestas.
El primero, explicaba el maestro Fernando, era el saber socialmente reconocido, eso que los politólogos después llamarían legitimidad, y el segundo era el poder como capacidad de hacerse obedecer aún por la fuerza. Prefirió siempre el primero.
Sabía que el poder era efímero e intrascendente, la autoridad todo lo contrario.
Le gustaba la política, pero se apartó de ella para no perder autoridad. Fue liberal, el que más lo fue ideológicamente hablando, pero también de Partido. Era liberal Llerista y por tanto también Barquista. Llerista por Alberto, que es el único presidente de Colombia que ha pasado por las aulas del Externado, universidad de la que fue rector por casi 50 años, pero también por Carlos, con quien estuvo durante algunos años en la militancia política.
Fue su Ministro de Justicia y de Educación. Fue concejal de Bogotá en la lista llerista, que solía tener la más alta votación en la ciudad. Contertulio permanente de López Michelsen. Después, todos los presidentes lo consultaban, los liberales más que los otros; él aconsejaba y algunas veces proponía. Todos le ofrecían y él no aceptaba.
Las leyes que redactó se volvieron piezas históricas del derecho. De impecable confección como para que no pudieran ser modificadas después.
Así como nadie ha podido proponer definiciones mejores que las del Código Civil de Andrés Bello, tampoco ha sido posible encontrar una mejor redacción para el Código de Procedimiento Civil o para el Código de Policía, citar solo dos ejemplos, ambos de 1970, de cuando era Ministro de Justicia, ambos inspirados por él y ambos, vigentes 42 años después.
Tuvo que conducir la etapa más dura del Externado, la de los días de noviembre de 1985 cuando varios de sus mejores profesores, e incluso algunos de sus alumnos, quedaron en medio de la barbarie de los fuegos de quienes decidieron tomarse violentamente el Palacio de Justicia y de los que, ejerciendo el poder y no la autoridad, reaccionaron desproporcionadamente y pusieron la seguridad del estado por encima de la de la vida de las personas. Sus palabras fueron una muestra inquebrantable de convicción aún en los momentos más dolorosos:
“A tantos colegas, pero sobre todo a los jóvenes y, en especial, a los estudiantes, vaya una exhortación ahincada a recoger las armas de la juridicidad que yacen al pie de los cadáveres de nuestros colegas, a montar guardia para que no penetren jamás en nuestros corazones y ánimo, ni la cobardía, ni la venalidad, ni el oportunismo.
Nuestra Universidad ha sido diezmada por el crimen, y no por la casualidad; los invito a que volvamos sobre nosotros mismos, a que la proximidad y la intimidad que imponen el dolor y la aflicción de la pérdida de los seres queridos estreche los lazos que nos unen; a que cerremos filas en torno de los valores que nos son claros, que heredamos, que aprendimos de nuestros maestros, que profesaron sin vacilaciones ni debilidades estos catedráticos, juristas y magistrados”.
Virgilio Barco lo buscó a él y a Carlos Restrepo Piedrahíta para que redactaran un nuevo proyecto de reforma.
El producto de ese trabajo es el origen conceptual y filosófico de la Constitución de 1991. Ahí estaba el derecho de amparo, convertida después en acción de tutela; la Corte Constitucional, el capítulo de derechos y el de principios. Ahí estaba el nuevo constitucionalismo.
Ahí estaba una concepción liberal, igualitaria, llena de controles al poder para evitar abusos. Ahí estaban los controles que un discípulo suyo echó a andar para evitar que Uribe se quedara en el poder.
La lista de personas que han ejercido poder inspirados en los principios liberales e igualitarios que aprendieron en el Externado es larga.
Lideró una corriente de pensamiento y acción política, simplemente ejerciendo la autoridad, esa especie de poder moral, que nunca usó para hacer juicios de valor sobre la conducta de tal o cual, sino para promover y afianzar principios y convicciones.
Si el maestro Fernando pudiera hablarnos a quienes vamos a despedirlo, seguramente nos recordaría la sentencia de Ulpiano: Honeste vivere, alterum non laedere, ius suum quique tribuere, para reiterarnos vivir honestamente, no dañar al otro y dar a cada uno lo suyo.
Héctor Riveros

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